Alimento para moscas

Alimento para moscas es el cuaderno de notas de un entomólogo dedicado al estudio de los nematóceros, el más común de entre los mosquitos.
El científico registra sus observaciones acerca del mundo animal, al tiempo que disecciona el carácter y el comportamiento de las personas de la comunidad en la que realiza sus investigaciones. Mientras este extravagante y metódico científico trabaja, una misteriosa epidemia diezma los animales del valle. Los habitantes que pueblan esta novela se van convirtiendo, en la mirada del narrador, en un fiel reflejo de la vida de los nematóceros que investiga. Una fábula sobre la vida en una pequeña comunidad que habla, al final, de nuestra relación con los otros. Y a pesar de ellos.

Peripatéticos 2.0


Alimento para moscas, de Jon Obeso (Lengua de Trapo)
Javier Moreno


 Este es un libro grande, de esos que, los tires como los tires, siempre caen de pie, como los gatos y los satélites artificiales. Este libro lleva incorporado el giroscopio de la gran literatura y por eso es inmune a las modas. Como un Mister Olympia: lo mires por donde lo mires, encuentras músculo. Sé que hay gente a la que tanto músculo le da un poco de asco. Allá ellos. Este libro es lo que se llama un libro ‘inatacable’. Puede gustar o no, como puede gustar o no Miguel Espinosa o Julien Gracq o Thomas Bernhard, pero mientras los gustos pasan sus libros aguantarán firmes devolviendo al tiempo una sonrisa de Gioconda, que está tan de moda. Alimento para moscas no va de la crisis o, más bien, no va de esta crisis económica sino de esa crisis insuperable que afecta al que mira con lucidez y sin contemplaciones la estupidez y la miseria humana. Este libro va, en definitiva, de lo que van los grandes libros, de hacer literatura. Léanlo, háganme caso. Ya me agradecerán el consejo.

Visión científica y expresividad literaria


Filandón

Visión científica y expresividad literaria

ALIMENTO PARA MOSCAS Juan Obeso XVII Premio Lengua de Trapo de Novela. Lengua de Trapo, Madrid, 2012. 184 páginas.


Nicolás miñambres
15/07/2012
Hay algo que sirve de garantía creativa en los escritores: la capacidad para crear un espacio mítico, objetivo difícil en tiempos de tanta vulgaridad. Eso es lo que consigue con llamativa originalidad Jon Obeso en Alimento para moscas, una novela de calidad inusual, ambientada en una zona de la Merindad navarra. Escritor de múltiples registros, Jon Obeso crea en esta novela un mundo de manifestaciones primarias, integrado por personajes anónimos, exceptuado el de Matías, único personaje no real. El narrador (un entomólogo que investiga «los nematóceros, el más común de entre los mosquitos» ) observa las reacciones de los habitantes de este pueblo, que tiene como tótem paisajístico y madre geológica nutricia La Cantera. Su mirada y condición científica le permiten al narrador el distanciamiento necesario para observar ese elemento humano en el que sólo se identifica al Enterrador, al Guarda, al Alguacil, al Portes y, desde una perspectiva diferente, al Veterinario.
En la obra tiene relevancia especial la presencia de los animales, especialmente los insectos que estudia de forma activa el entomólogo («el alimento de las hembras lo constituyo yo mismo») y las yeguas del Club Recreativo, abocadas a una muerte casi misteriosa, cuya causa ignora el veterinario. Desde esta mirada el narrador va alternando su información de asepsia científica, de expresiones lacónicas y descarnadas, con una visión cruda de este mundo sumido en el inmovilismo primario que genera la consanguinidad. No hay visión sociológica, pero sí la descripción de comportamientos generados por un atavismo secular. Todo ello se plasma en un llamativo barroquismo. Sirva de muestra la referencia al quiosco de la mujer del Enterrador: «su mujer, que provee de glúcidos las venas hinchadas de los niños de este lugar, siempre niños ajenos, niños de otros…» (p. 40). Los epígrafes de los capítulos son, en sí mismos, una muestra de la plasticidad literaria para describir este mundo de la Merindad, en el que tanto el investigador como los habitantes llevan inoculada la muerte, aunque, «tal vez, hace ya tiempo que las gentes de este lugar se encuentren infestadas». (p. 159). Alejado de la población se presenta, en los capítulos que cierran la obra, una suerte de paraíso: «En el Alto tan solo quedan cuatro habitantes y algunas bestias». Es el mundo de la felicidad de la armonía, el negativo de la tragedia que se cierne sobre el pueblo agazapado en torno a La Cantera. La obra, un prodigio de recursos estilísticos y literarios, se cierra con un brevísimo capítulo: «37. Última corrección», una cita de Las moscas, de J.P. Sartre, transformada un guiño inteligente para los lectores. 

El Cultural







Alimento para moscas

 

Premio Lengua de Trapo, 2012, Madrid. 181 páginas, 16'50 euros

PILAR CASTRO | Publicado el 20/04/2012         
En verso o en prosa, la escritura de este donostiarra (1970) es, fundamentalmente, poética. Sus libros -en castellano: Compañía, La mirada del acuario y este último, Alimento para moscas- dan cuenta de un autor siempre involucrado en iniciativas que refuerzan su singular personalidad literaria. Jon Obeso escribe sin atadura alguna con las formas convencionales, divagando, indagando, revolviendo en ideas obsesivas que subyugan y causan extrañeza por su aguda resolución sintáctica y semántica, al tiempo que dejan al lector sumido en la mayor incertidumbre. No es escritor para lectores cómodos: no se aferra a un argumento trabado ni ofrece tramas vigorosas. Alimento para moscas así lo corrobora al decantarse por el discurso y sus efectos, por lo esencial no-narrado, por la articulación psicológica y sociológica, pero no por la disposición clásica de un puñado de ideas argumentadas.

Aunque haya argumento narrativo, y es el que sigue, pese a la curiosa advertencia sobre los personajes con la que arranca -“todos, a excepción del sensato Matías, son reales y guardan estrecha relación con los habitantes de los valles de Allín, Guesálaz y Yerri; como son ciertas las íntimas acciones que de ellos se relatan”- lo que leemos es el cuaderno de campo de un entomólogo instalado en ese valle desde hace doce años, ensimismado en una curiosa investigación que ha ido adquiriendo una triple dimensión: comenzó interesado por el comportamiento de los nematóceros (mosquitos comunes) pero el plano de sus observaciones fue incorporando las costumbres de las gentes de esa pequeña localidad y acabó por incluir su propio procedimiento de observación, convertido, del mismo modo, en objeto de su estudio.

El tema parece ser la voracidad de lo cotidiano, en unos y en otros; y el motivo modular la virulenta epidemia que, desde hace seis meses, asola las cuadras ante la indiferencia de todos. Epidemia que encierra otros sentidos (intuimos) y afecta del mismo modo a los humanos objeto de este estudio: gentes conducidas por la inercia que mueve sus actos y sus relaciones, obsesionadas por justificar orígenes y mitos. Gentes que ni siquiera adquieren otro rasgo individualizador que el del personaje que encarnan (el Veterinario, el Guarda, el Enterrador; salvo el “sensato” Matías, cuya extraña muerte se intenta reconstruir desde hace 30 años…).

Su análisis crítico y críptico, colmado de elipsis que espolean al lector con imprecisas impresiones, que son el soporte de su método científico, nos induce hacia una interesantísima reflexión sociológica sobre epidemias morales que instauran su inercia en ese mundo erigido por ambos sexos. Así sus curiosas notas encierran otras verdades devoradoras de lo humano: la necesidad del otro (“la forma en que estos hombres dicen necesitarse”), el miedo (“existe y es de largo silencio”), el habla (“aquí el habla no se conforma con decir el mundo, también lo agota”), el poder de la palabra, la memoria, los recuerdos…

Así, sin otro orden que la disposición en 37 capítulos de notas, encabezadas por un enunciado alusivo a insectos y humanos, en pretendida mezcla, nos envuelve la extraña forma de decir el mundo que representa el lugar de esta escritura. Y nos sabe a poco. Y nos deja con ganas de más. 

 

Mosquitos y hombres bajo la lupa



Mosquitos y hombres bajo la lupa
Santiago Aizarna
(04/05/2012)


(Extraño investigador. Jon Obeso ofrece algo más de lo que generalmente suele


 haber en una novela estándar en estos tiempos tan estandarizados)



Aun cuando no se trata de otra cosa que de un mero arrequive ornamental que nada especial signifique en el plano creativo, lo cierto es que una narración situada entre las citas de Gombrowicz y de Bernhard y que finaliza con otra de Sartre, nos está llamando a un tiempo de atención y espera; a considerar, desde el comienzo, de que puede haber algo más de lo que generalmente suele haber en una novela estándar en estos tiempos tan estandarizados y con predominio de hechos históricos, muchas veces tan vilmente novelizados. Quiérese decir, con esto, que, en el previo trabajo de elegir una cita de cierto calibre, hay, generalmente una autoexigencia de cumplimiento de objetivos señalados, y aún mucho más cuando la primera de ellas, la de Gombrowicz, nos invita a adentrarnos en el problema, tan filosófico como biológico, del “otro hombre”; con Bernhard, en la necesaria maravilla tan sabida de los tres puntos de apoyo no en línea recta que todos necesitamos para asentarnos, y, en cuanto a Sartre, y ya que de mosquitos (aunque no tanto de moscas iremos leyendo curiosos pasajes a lo largo de las páginas de esta novela), qué menos que solicitar una pequeña memoria de su obra Las moscas, y de su visión de Argos, con “moscas más acogedoras que las personas”. Y, claro está, por supuesto, que escribiendo lo que en estas líneas anteriores queda escrito, no se hace otra cosa que perder el tiempo al tener obra tan sondeable donde penetrar.
Estamos pues ante una obra, diría yo que muy distinta a las comunes, de Jon Obeso (san Sebastián, 1970), licenciado en filosofía y diplomado en psicología por la UPV, con amplia obra literaria en su haber tanto en el género poético como narrativo, y que, por ésta, ha sido galardonado con el XVII Premio Lengua de Trapo. Una obra que, al menos para los que desconocíamos su anterior trayectoria, resulta sorprendentemente agradable en varios aspectos (aunque para muchos, seguramente, muy desagradable por el escenario escogido). En muy breves capítulos, numerados del 1 al 37, nos va dando el autor una serie de impresiones acerca de algunos “habitante de los concejos que se extienden entre los valles de Allín, Guesálaz y Yerri”, pertenecientes a la Merindad de Estella. En algún lugar de alguno de esos lugares, se sitúa un extraño investigador que, en primera persona, nos va dando noticia del trabajo que se ha propuesto desarrollar: “registro, a diario, generalmente a partir de distintas franjas horarias nocturnas del amplio espectro sonoro del más común de los insectos dípteros del suborden de los nematóceros; los apenas perceptibles matices del zumbido producido por el aleteo vertiginoso de un par de membranas”, pero sonidos éstos concatenados con esos otros ruidos, rumores, etc., de los pobladores humanos que por el ámbito vuelan o permanecen y que el investigador, colocado como se pudiera imaginar en el mejor reducto, que es el del tan próximo a lo autocadavérico –con propia carne suya como alimento de moscas–, recoge. En capítulos dedicados a los variados temas que por sus páginas desfilan pueden desarrollarse personajes y sucesos como el del Enterrador, el del Orgón o energía vital de Wilhem Reich, la mujer del Alguacil y la cantera, la higuera y los dípteros, hombres de un mundo pautado afiebrados en el seno del Club Recreativo, y así a lo largo de los 37 capítulos antedichos por los que el lector va recorriendo tramos sinuosos y tan curiosos; una ruta de sorpresivas situaciones que dan la alta medida de un autor que presenta un panorama novelístico original, sorprendente y de registros tan singulares que esa vida pueblerina que aquí se nos muestra, ofrece tantos fulgores opacos que hacen que este oxímoron esté presente en el ámbito todo y no sólo en las páginas que leemos. Una novela, por cierto, tan rica en insospechadas y tan gratas cadencias que hasta exigiría un estudio en profundidad a la par que un lugar especial en la lista de buenas obras que en la actualidad se publican.


Devaneos

(25/11/2012)




Esta novela corta de Jon Obeso desasosiega. Es una novela atmosférica donde no hay salida, donde todo está viciado, sucio, podrido, donde un entomólogo (sí, un fulano que dedica su vida y obra al estudio de los insectos) escribe en un cuaderno las reflexiones sobre su trabajo (doce años aislado del mundanal ruido), los nematóceros, y de los habitantes de la Merindad (¿valles de Allín, Guesález, y Yerri?) en la cual vive, pero apartado de ellos, al ser visto también él, un bicho raro, como esos con los que trabaja.

La prosa de Jon es sugerente, rígida, sin concesiones al humor, marcada por lo analítico, algo lógico y normal si quien nos cuenta la historia es un entomólogo, un científico, que maneja hipótesis, sobre las que contrastar sus resultados.
37 capítulos cortos en los que ir desgranando la naturaleza de los habitantes de la zona: El Guarda, El Alguacil, El Enterrador, Matías, El Veterinario, etc. Las mujeres reducidas a mero vehículo de transmisión de genes, de alumbradoras de la prole que permita reproducir y mantener la especie. Los hombres, bestias en estado puro.
El lugar que nos pinta Jon es asfixiante, algo a menudo propio de lugares pequeños, donde todos se conocen, donde la intimidad ni se consigue, ni se pretende, donde lo estático se hace fuerte, y los días y los años se suceden calcándose los unos a los otros, sin el menor dinamismo ni concesiones a la modernidad. Pero lo peor no es eso, lo peor es el alma enferma, carcomida de los humanos que allí moran. A saber:


Todas esas gentes se dicen las cosas con la mayor de las arrogancias. Nadie como los que se han dejado atrapar por este lugar han asumido de manera tan espontánea la amenaza que siempre les supone el otro. En este lugar solo viven verdugos. Se habla para derribar. Se abrazan por ver todo lo blanda que pueda ser la piel del adversario. En este lugar nada como el miedo ha logrado hacer tantos estragos, devastar el carácter con tan sobrada eficacia. Estas gentes golpean sin mirar, en todas las direcciones, no vaya a ser que hayan, sin ellos saberlo, descuidado algún flanco.
Podría decir que estos hombres se odian, pero no sería cierto. Solo odia aquel que se para un instante para observar, y estos hombres no se paran, continúan y se esquivan torpemente. (pag. 112)


Respecto a la trama, tras 12 años de reclusión, nuestro entomólogo parece que va a obtener algo grande, dado que hay visos de una epidemia que está matando a los caballos (y eso alimenta el interés de lector). Si bien esto luego se desinfla para acabar hablando de quienes viven, no ya en el valle, sino en El alto.

A destacar el lenguaje cuidado de Jon, esa visión científica de la realidad, con el ser humano como objeto de estudio, el magnetismo que generan muchas situaciones bien narradas por lo repulsivas que resultan.