Visión científica y expresividad literaria
ALIMENTO PARA MOSCAS Juan Obeso XVII Premio Lengua de Trapo de Novela. Lengua de Trapo, Madrid, 2012. 184 páginas.
Nicolás
miñambres
15/07/2012
Hay algo que sirve de garantía creativa en los escritores: la capacidad para
crear un espacio mítico, objetivo difícil en tiempos de tanta vulgaridad. Eso es
lo que consigue con llamativa originalidad Jon Obeso en Alimento para
moscas, una novela de calidad inusual, ambientada en una zona de la Merindad
navarra. Escritor de múltiples registros, Jon Obeso crea en esta novela un mundo
de manifestaciones primarias, integrado por personajes anónimos, exceptuado el
de Matías, único personaje no real. El narrador (un entomólogo que investiga
«los nematóceros, el más común de entre los mosquitos» ) observa las reacciones
de los habitantes de este pueblo, que tiene como tótem paisajístico y madre
geológica nutricia La Cantera. Su mirada y condición científica le permiten al
narrador el distanciamiento necesario para observar ese elemento humano en el
que sólo se identifica al Enterrador, al Guarda, al Alguacil, al Portes y, desde
una perspectiva diferente, al Veterinario.
En la obra tiene relevancia especial la presencia de los animales,
especialmente los insectos que estudia de forma activa el entomólogo («el
alimento de las hembras lo constituyo yo mismo») y las yeguas del Club
Recreativo, abocadas a una muerte casi misteriosa, cuya causa ignora el
veterinario. Desde esta mirada el narrador va alternando su información de
asepsia científica, de expresiones lacónicas y descarnadas, con una visión cruda
de este mundo sumido en el inmovilismo primario que genera la consanguinidad. No
hay visión sociológica, pero sí la descripción de comportamientos generados por
un atavismo secular. Todo ello se plasma en un llamativo barroquismo. Sirva de
muestra la referencia al quiosco de la mujer del Enterrador: «su mujer, que
provee de glúcidos las venas hinchadas de los niños de este lugar, siempre niños
ajenos, niños de otros…» (p. 40). Los epígrafes de los capítulos son, en sí
mismos, una muestra de la plasticidad literaria para describir este mundo de la
Merindad, en el que tanto el investigador como los habitantes llevan inoculada
la muerte, aunque, «tal vez, hace ya tiempo que las gentes de este lugar se
encuentren infestadas». (p. 159). Alejado de la población se presenta, en los
capítulos que cierran la obra, una suerte de paraíso: «En el Alto tan solo
quedan cuatro habitantes y algunas bestias». Es el mundo de la felicidad de la
armonía, el negativo de la tragedia que se cierne sobre el pueblo agazapado en
torno a La Cantera. La obra, un prodigio de recursos estilísticos y literarios,
se cierra con un brevísimo capítulo: «37. Última corrección», una cita de Las
moscas, de J.P. Sartre, transformada un guiño inteligente para los lectores.